divendres, 8 d’agost del 2008

Manzanas podridas


Siempre que nos encontramos en la necesidad (fisiológica o social) de comer una manzana, nos enfrentamos al siguiente problema: la manzana podría estar podrida. En numerosas ocasiones no sabremos si esto es así antes de iniciar su cata, ya que deberemos morderla para poder tener acceso sensorial a su interior y, sólo entonces, podremos constatar el estado de putrefacción de la misma o, en caso contrario, la ausencia del mismo.

Ante esta dicotomía, se puede adoptar una de las siguientes actitudes:

Opción A - Ninguna manzana está podrida. Esta opción nos permitirá vivir en un estado de perpetua tranquilidad ante la apacible perspectiva que augura. Sin embargo, tiene el inconveniente de causar un tremendo desasosiego al topar con la desagradable sorpresa de encontrarnos con la temida manzana podrida. Este hecho podría incluso generarnos una irracional fobia a las manzanas, situación mucho más indeseable que aquella en la que nos encontraríamos en caso de optar por la

Opción B - Todas las manzanas están podridas. Ésta es la opción que nos asegura una casi absoluta invulnerabilidad a las manzanas podridas, aunque podría privarnos del placer de comer cualquier manzana, podrida o no. Estaremos prevenidos y actuaremos en consecuencia, conteniendo, en la medida de lo posible, cualquier arrevato pasional ante el inminente contacto con una nueva manzana. Pero jamás disfrutaremos de una de ellas como lo haría un seguidor de la anterior opción.

Pues con la gente pasa lo mismito.

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