dimarts, 23 de setembre del 2008

El viejo muere. La niña vive. Me parece justo.

En esta república bananera con banda sonora de pandereta, cuando dices que te gustan los cómics eres inevitablemente catalogado de friki, y los lerdos insípidos piensan que te debe gustar hablar en klingoniano y coleccionar figuritas de plástico de seres mitológicos pintadas a mano. ¡Qué se puede esperar de un país en el que hasta hace cuatro días mandaba con la legitimidad de un golpe de estado un señor bajito de dudosa sexualidad con complejo de inferioridad!

A mí me gusta especialmente Frank Miller, un autor de cómics de los de verdad, de los de antes. Cómics de aquellos en los que la atmósfera irreal está tan bien definida que es imposible perderse en ninguna ambigüedad. ¿Para qué ha de servir un cómic sino para evadirse de la realidad? (Que sí, que también los hay de denuncia social y tal, pero eso es otra cosa).

Tiene especial encanto su serie Sin City. Sus dibujos generalmente son rudos, "simples", en un rotundo blanco y negro. Simples como sus personajes, no por insustanciales sino por la aparente simplicidad de su psicología. En Sin City todo es blanco o negro, no hay grises. Si acaso algún rojo pasional que rompe el equilibrio en un momento determinado. El rojo de la sangre, el rojo del carmín. Cuando algún simio bípedo pretende llevar esa simplicidad a la vida real (léase Bushes o Aznares), la cosa resulta de un patetismo cómico, pero en el mundo del cómic es sencillamente genial.

"El viejo muere. La niña vive. Me parece justo".

Ése es el tipo de frases que vomitan los personajes de Miller con casi absoluta inexpresividad en sus rostros. Frases cortas, directas, sin subordinadas. John Hartigan sentencia con esa frase el que cree es el momento final de su vida. Un policía corrupto decide redimirse con un último acto de heroísmo. El mismo día de su jubilación cae en la cuenta que no va a dejar nada bueno tras su paso por este perro mundo, y como si de un órdago contra el destino se tratara, sacrifica su propia vida para salvar la de la pequeña Nancy Callahan. Y de paso llevarse por delante al psicópata pederasta hijo de papá que goza de los favores del también corrupto departamento de policía de Sin City: "El viejo muere, la niña vive. Me parece justo". No es a Dios a quien habla -siempre he pensado que los personajes de Miller son agnósticos- es a algo mucho más importante que Él. Quizá a su propia conciencia.

Todavía falta para que se estrene la segunda parte de la genial adaptación a la gran pantalla de Robert Rodríguez y el propio Miller. Os aconsejo que veáis la primera pero, sobretodo, os aconsejo que le echéis un vistazo a los cómics.